lunes, 9 de abril de 2018

"Las Postales de Roberto" (o el valor de los estereotipos)

                       

Una bonita cosa de las redes sociales es que cualquier mindundi con un blog puede ir a ver una peli el sábado por la noche y el domingo convertirse en crítico de cine. Pues bien, ayer estuve en el Festival de Cine de Las Palmas y asistí al pase de "Las Postales de Roberto", un documental de Dailo Barco. Se trata de la reconstrucción de la vida y obras de Roberto Rodríguez, un realizador amateur y acuarelista palmero, que legó todo su fondo filmográfico al Cabildo de La Palma. Esta investigación tiene, desde mi óptica, dos dimensiones; por una parte, la afectiva y por otra (no sé cómo decirlo mejor) la "cultural".    

Respecto a la primera parte, Dailo Barco se topa con el material fílmico olvidado de Roberto Rodríguez y termina, al final de la cinta, en el entierro de éste cargando con su ataúd; el proceso de implicación afectiva del director con su "objeto de estudio" es total. Ambos autores se conocen a través de este proyecto y terminan siendo amigos. En medio están las imágenes de Roberto que serán motivo de discusión y reflexión durante la cinta. Este relato emocional se cuenta con una sobriedad difícil de ver en proyectos de corte biográfico parecido. Trabajar materiales sensibles de estas características sin caer en lo lacrimógeno requiere de cierta habilidad a la hora de mantener una autocontención en la filmación y montaje, algo que todos los que somos de gustos secones, más amantes del pan bizcochado que de las milhojas, agradecemos mucho. 

Delicia
           

Respecto a la segunda parte, a la reivindicación de la figura de Roberto como artista, es en donde, desde mi punto de vista, la película de Dailo encuentra su mayor acierto. Roberto Rodríguez no fue un genio incomprendido. La historia que se nos cuenta no se basa en el clásico redescubrimiento de un gran talento del cine, olvidado y despreciado hasta hoy. Roberto fue un reconocido y autoreconocido cineasta amateur cuyo trabajo, sin embargo, podría ser mucho más elocuente a la hora de explicar quiénes somos y qué es Canarias, que otro tipo de enfoques vinculados a los canales del gran Arte o, en este caso, el gran cine. Esta elocuencia tiene su eco en el propio título de la película: "Las postales de Roberto". 

El término "postales" está entresacado de una conversación entre Roberto y Dailo y alude a una crítica que un grupo de cineastas canarios un poco posteriores, el colectivo Yaiza Borges, lanzó al realizador palmero. Le achacaban que sus imágenes fueran meras "postales". Y yo hoy pienso que esas mismas postales tienen mucho más que decir acerca de lo que se cuece en Canarias que otras obras pretendidamente más artísticas y profundas. 

La idea de "postal" sitúa a la imagen en el espectro del estereotipo. Las imágenes que rueda Roberto y sus montajes, así como las acuarelas costumbristas que pinta, son efectivamente puros estereotipos de Canarias, de las Islas Afortunadas como Paraíso en el Atlántico. Bailes folclóricos y romerías, profesiones tradicionales en desuso, vegetación autóctona y geología así como, por otro lado, la irrupción del turismo en tanto que elemento modernizador y beneficioso para las Islas son los ingredientes principales de la extensísima filmografía de Roberto. Sus imágenes, a ojos contemporáneos, no tienen nada de original ni de particular. Montajes parecidos hemos visto en la tele a patadas, y pertenecen al relato estético hegemónico de la Canarias moderna, la que comienza a salir de la pobreza estructural en los años setenta. 

Viéndolo desde la historiografía artística, el trabajo de Roberto entronca con el acuarelismo canario y el regionalismo nestorista-manriqueño que organiza formalmente el territorio en torno a la idea de la belleza. Roberto no se corta a la hora de decir que algo le quedó "bonito", palabra tabú en el Gran Arte que prefiere términos como "interesante" o "crítico". Pues bien, las postales de Roberto, en su carácter acrítico, son la representación del imaginario colectivo que se maneja desde los sectores que cortan el bacalao en Canarias, en particular, la imagen que hemos construido para el turismo (nuestro espectador) y que recibimos nosotros mismos de rebote.

Como cultureta y artista, a mí la creación de postales y estereotipos no me debería interesar mucho. Más bien, me tendría que interesar lo contrario, la creación de nuevas ideas. Si hubiese sido coetáneo a Roberto hubiera criticado su estética, sus imágenes complacientes con el territorio. Sin embargo, pienso que, hoy, un montaje ligero de unos cuantos guiris bañándose en la piscina de un hotel con el Teide de fondo en los años setenta me explica mejor la Canarias actual que una espiral de Chirino. Y si esto ocurre quizás sea porque desde las "artes profesionales" hemos minusvalorado de forma temeraria el poder e importancia de los estereotipos, su capacidad de mutación y adaptabilidad a los tiempos, obnubilados por no sé qué cosa de la originalidad y el sello particular del discurso artístico de cada cual, toda una mistificación que finalmente se sustenta también en una serie de estereotipos de gremio fáciles de identificar. 

Deberíamos leer en los estereotipos antes que rechazarlos de entrada, como si fuesen símbolos corruptos, inoperantes o clichés insignificantes. Los estereotipos generan una simbología paradójica en el sentido en el que deforman la imagen “seria” de una comunidad, al mismo tiempo que la constituyen. Es importante fijarse en quién usa dichos estereotipos y en qué contextos concretos se emplean, cómo éstos mutan en función de determinada ideología y qué atributos adquieren o se desprenden de ellos con el tiempo. El análisis de los estereotipos puede ayudar a conocer una cultura desde dentro y también (en su carácter de cliché) nos otorgan de entrada una cierta distancia crítica respecto a la realidad de la que parten. No nos los creemos y por ello son objeto de sospecha y discusión. La permanente disputa de su sentido "verdadero" deja en evidencia qué aspectos de la identidad se quieren negar y cuáles se desean limpiar de deformaciones y desvirtuaciones, trabajo éste último que se le suele encargar a la, así llamada, alta cultura. Pero el problema ante el que nos sitúa el venenoso binarismo baja/alta cultura es que podemos llegar a pensar que ésta última, la Cultura con mayúscula, se encuentra libre de preconcepciones y prejuicios. Volviendo al ejemplo anterior, la imagen de una playa llena de turistas es, a día de hoy en Canarias, un estereotipo de igual calado que una de las muchas espirales de hierro que adornan nuestras islas.  

Los estereotipos se pueden resignificar independientemente del estrato cultural al que pertenezcan. Algunos de ellos se han atrofiado (por muy high culture que sean) y otros han recibido, por algún motivo, un influjo de sangre nueva. Cosas que antes eran rechazadas por su carácter tradicional y antimoderno han reaparecido con nuevas potencialidades, y fastuosas modernidades de mucha vanguardia venidas del cosmopolita mundo de la cultura occidental han envejecido de la peor de las formas, convirtiéndose en símbolos anquilosados e imágenes standard sin capacidad de transformación.

Ciertamente, la crítica que el colectivo Yaiza Borges le lanzó a Roberto y que da título a la película de Dailo Barco no es errónea. Pero en defensa de Roberto y sus postales, amateur y complacientes pero finalmente bastante honestas, enseño lo que parece la carpeta de un quinceañero que flipa mucho en colores con lo superchachi que es la cultura "con mayúsculas", Godard, Fellini, Teléfono Rojo Volamos hacia Moscú, The End Beautiful Friend, etc. Estereotipos sobre estereotipos sobre estereotipos...  

Cinematógrafo Yaiza Borges
   


martes, 20 de marzo de 2018

+++FLOW


El mundo del arte está plagado de resabios pseudointelectuales. El uso de las citas de autoridad para justificar y respaldar las obras de arte -ya sea por parte de los artistas, los comisarios u otro tipo de agentes culturales- es abrumador, repetitivo y cansino. Si una producción artística no se encuentra apoyada por algún tipo de statement o texto (pseudo)crítico- comunicacional (cuya función casi siempre es la de domesticar la multiplicidad de lecturas y significados de las obras solamente para esclarecer su sentido como mercancía) es sospechosa de no ser “profesional”. La producción textual de todos aquellos pensadores cuyo trabajo se cita es instrumentalizada para proporcionarle una coraza o paraguas teórico a determinadas piezas artísticas, sin que exista verdaderamente un compromiso hacia el pensamiento de dichos autores. Fuera de órbita, los textos no se ponen en relación con el ámbito propio que despliegan (una familia de otros textos y personas) sino que se expolian, dislocan y utilizan como mera etiqueta comunicativa y/o comercial.
Pepito de los Palotes hace unas esculturas muy bonitas que producen extrañas sombras en la pared. Pepito encuentra en El Corte Inglés (o en la librería El Puente) el “Elogio de la Sombra” de Tanizaki. Pepito se entera de que acaban de publicar la convocatoria para el próximo Generaciones y decide hacer un dossier. Compra el libro de Tanizaki (un escritor japonés sobre el cual no tenía ni idea) se lo fusila esa misma tarde y hace su dossier. Pepito se ha convertido en un profesional.
En este vodevil de citas de autoridad, es probable que el pensador más maltratado en las últimas décadas sea Walter Benjamin. Y también es probable que su cita más expoliada sea aquella del Ángel de la Historia. Benjamin le compró un dibujo a Paul Klee y teorizó a partir de él acerca del progreso. El progreso es, según el filósofo, el viento que arrastra volando al Ángel de la Historia, de espaldas y hacia adelante.
El Angelus Novus 2 que tienen aquí nace, of course, de esa cita. Sobrevuela los bloques de cemento, pintados con un código QR que desencadena el metatexto que ahora mismo están leyendo, rizando el rizo, friendo el refrito, con su pizca de tecnología, con su poquito de interacción con el público.
El Ángelus Novus 2 se partió el tabique nasal cuando en una de esas arrastradas del viento chocó contra el mar. Desde ese día lleva un casco puesto por si se da otra hostia. El viento que lo arrastra es el de la posmodernidad.

lunes, 17 de julio de 2017

Humor sí, blackface no, hijo de puta, te vamos a matar.

Por una historieta que contaré al final, hace pocos días me dio por subir una foto de perfil al Facebook en la que se me ve pintado (digitalmente) de negro. Cosechando un número moderado de “me gusta” y comentarios jocosos de la parroquia digital, también recibí una sencilla reprimenda de alguien a quien apenas conozco pero cuyo buen criterio aprecio. Esta persona me acusaba de estar “haciendo” blackface.
Yo, ¡oh!, que desde la cuna pasaba las páginas de Mundo Negro, con mi Master de Estudios Africanos, yo, ¡oh!, que llegué hace dos semanas de participar en el ECAS, el congreso de estudios africanos más importante de Europa, ¡ah!, ¡oh!, yo, que cocino muambé de pollo en aceite de palma y cuya tesis doctoral demostrará científicamente que Canarias es un país africano... resulta que estaba haciendo un gesto espantoso enmarcado en una tradición racista muy concreta, de largo recorrido y activa, desconocida por completo para mí... ¿uh, oh?... Un par de horas más tarde quité la foto, imagen que pueden disfrutar aquí, en contexto, bien arropadita con su excusatio

Excusatio non petita accusatio manifesta

Si hubiese recibido una llamada de atención por estar “riéndome de los negros”, sin más, hubiese mandado a esa persona a freír espárragos pero lo que me desmontó fue no haber detectado el hecho de hacerlo a través de esa tradición en particular, la historia de una iconología de raíz anglosajona, justo siendo un investigador en estas materias (con severas lagunas formativas, por lo que se ve...) y, quizás por ello, no del todo sospechoso de ser racista, aunque en mayor o menor medida todos lo seamos; racistas, machistas, homófobos, clasistas, etnocéntricos, egoístas, cabrones, etc., macro o micro, algo de eso siempre somos un poco, pues incluso el buen conocimiento de un problema no lleva implícita su solución. Una crítica sobre el amor del "experto" hacia la materia de la que se ocupa podemos encontrarla en el clásico "Orientalismo" de Edward Said. 
 
Pieter Hugo: "There's a place in hell for me and my friends"
Para continuar destrozando mi reputación también contaré otro episodio racista-colonial lamentable de mi carrera que fue una instalación pictórica que hice en 2008 durante la Bienal de Dakar, exponiendo allí, poco tiempo después del auge de la crisis de los cayucos, el edificio de la policía de Las Palmas de Gran Canaria. No sé qué argumento irónico y supuestamente sofisticado sobre la constructividad artificial del imaginario trágico tenía en la cabeza para que se me ocurriese hacer esa mierda sin dominar el contexto en el que dicha obra iba a operar. 
"Harmattan" 115 X 195 cm. Óleo / lienzo. 2007
Otros cuadritos monos y el gusto por la investigación sobre África, sin embargo, sí me los traje de ese viaje.
Sector primario 55 x 85 cm. Óleo/ lienzo 2008

De esto también va el asunto de los “límites del humor”; de problemas de figura y fondo. Pienso, en todo caso, que esta formulación (“límites del humor”) es poco precisa, pues el humor es el acto de romper límites, incluso en sus expresiones más inocentes. Si contamos el chiste de la parada de guaguas que dice: “-¿Hace mucho que espera? – Yo nunca he sido pera” ya podemos observar una violencia en el lenguaje, un vacilón con el sentido. Otro de Manolo Vieira, también en la guagua: “¡Oiga, cierre la boca que se le está cayendo la baba! –No importa, tengo más” ya es de una radicalidad mayor, se ríe del mismo acto comunicativo y, de paso, también de algún bobo de baba (que ofrece, por otra parte, una respuesta genial...) De ahí a ser ametrallado por mofarse del Profeta hay unos cuantos pasos (en opinión del cómico David Broncano, éste es el límite: la balacera) pero el mecanismo es siempre romper el límite, destrozar el artificial vínculo de naturalidad del lenguaje con las cosas mismas. Por cierto, creo haberlo dicho ya; yo no soy Charlie.
Me parece detectar un auge del humor en los últimos años. No lo sabría argumentar pero es algo que encadeno a los momentos de crisis duraderas o de cambio a peor sine die, según se quiera entender. Humor y piedad, picaresca y limosna, sarcasmo y lástima son cosas que, quizás por haberlas visto mucho en Berlanga, asocio a vivir en un país de mierda. Hay buen humor últimamente. Sigo a Ignatius Farray, sin duda el Mencey en exilio, y a los godos de No Te Metas En Política (de donde saco el título de este artículo) y es cierto que no les tiembla la voz a la hora de decir las más grandes barbaridades, eso sí, siempre atentos a la creación de un propio contexto en el cual establecen relaciones, supuestamente conscientes, entre lo que dicen, cómo lo dicen y desde dónde lo dicen. Y esas relaciones relativas (sic) son los “límites del humor”. Ahí se brega el sentido y ahí es donde se puede valorar si el que “ofende” está en una posición de superioridad aplastando a alguien vulnerable o si se trata de un juego de fuerzas- risa en confianza- contexto o, si se quiere, antagonista con una situación injusta, lo que en el lenguaje popular se expresa en aquello de “reírse de alguien o reírse con alguien”: hacemos la putadita pero confiamos en que la víctima sepa valorar su gracia, sin enfadarse, para que finalmente todos nos descojonemos.   
Que el cómico Helge Schneider parodie a Hitler me parece no solo inofensivo sino liberador, disipador de muchas de las tensiones ideológicas que aún la sociedad alemana mantiene con su pasado, sobre todo las generaciones más jóvenes, que están aburridas (y quizás, por tanto, potencialmente adormecidas) de la tabarra lacerante que se les ha dado con la historia del Tercer Reich, sin ellos tener culpa de nada. En cambio, que Lutz Bachmann, el líder de PEGIDA (non grato residente en Tenerife), se disfrace de Hitler es sumamente peligroso porque implica que un nazi de tomo y lomo ironice su fascismo tratando de desactivar la acusación que se le hace. Si le dicen nazi a un nazi que se disfraza de nazi quizás no sea finalmente un nazi (así puede llegar a pensar algún despistado...) y por lo tanto es legítimo repetir su gesto porque podemos desmarcarnos del horror histórico, cuando la realidad es la contraria. 
Existen también otros casos incómodos, como la letra de "Atreve-te-te" de Calle 13, (temazo rompedor de cadera, sin duda...) que, en alguna ocasión, ha puesto la propia sensibilidad y trayectoria política de sus creadores entre la espada y la pared por los usos homófobos que otros han hecho de ella. En este sentido, la interpretación del artista sobre su propio trabajo es solo una interpretación más. 
Conviene, en cualquier caso, estar al tanto del caballo de batalla moral de la actual alt-right (derecha alternativa), que es la crítica aparente a la corrección política, una pseudocrítica, más bien, porque se basa en la identificación de determinados temas sujetos al desmontaje (opinar "libremente" identificando criminalidad y raza, por ejemplo) mientras se es profundamente sumiso y seguidista en asuntos que la propia agenda facha (construida por élites económico- mediáticas, cuyo trabajo es formar zoquetes que se consideren "sujetos pensantes") no quiere criticar. ¿Quién dice, por qué y para qué, lo que es correcto en política? En mi opinión, este llamado a la corrección o incorrección política es, en sí mismo, un cumplimiento normativo de mierda que solo sirve para gestionar la pertinencia y aplicación de estereotipos. Ante el panorama moral que plantea la in/corrección política prefiero la metáfora de la figura fondo y el sencillo compromiso de identificar y combatir el fascismo.
¡En fin! El racismo, ¡qué temako! He escrito cuentos megaviolentos hacia toda clase de colectivo oprimido y explotado y, aunque no los haya leído ni Cristo, he creído hacerme cargo de sus posibles efectos encajándolos en una relación figura fondo en donde el carácter literario y ficcional es obvio (empezando por su autor) y lo absurdo de la normalización de situaciones aberrantes ayude a no sé muy bien qué, lucidez, desvelamiento, ta cuá, pim pam. He pintado algunos cuadros de una ordinariez clasista sobrecogedora con los que no tengo mayores dilemas morales. Con otras cosas, sin embargo, sí siento haber metido la pata hasta el fondo sin que, por suerte, me hayan partido la mamona aún. Es lo bueno de fracasar. Así, nunca en la vida me hubiese pintado la cara de negro si hubiese conocido la tradición del blackface, si hubiese sabido de ese contexto, si mi figura no desapareciese en ese fondo racista más amplio. Me la pinté para que (como alguien apuntó en un comentario) se me reconozca al fin como el embajador actual de la cultura afrocanaria. Si Ignatius es el Mencey en el exilio, yo quiero ser – blanco como la leche–  el representante más destacado de la negritud en la Nación Canario- Sahariana que está por venir, rollo risa. O no. No sé. Igual se me fue también. Pido perdón. Por si aca.

 (La verdad de verdad: toda esta historieta de pintarme la cara de negro viene de algo bastante curioso, y es que he estado preparando un dossier para presentarme al concurso de selección de artistas para la Bienal de Dakar 2018, en donde solo se aceptan artistas africanos. En el proyecto, he tratado de reivindicar mi africanidad como canario – esto va en serio – pero no mandé, como es lógico, mi foto de negro. La tentación de fabricarla, sin embargo, era demasiado sabrosa...)  

sábado, 8 de abril de 2017

Canarias; ni bien ni mal.

Después de dos años sin ganas ni idea de publicar nada por este blog comatoso, de repente, por algún motivo, hoy me dio por ponerme a escribir. Y recuerdo que así era como funcionaban las cosas antes, cuando publicaba más asiduamente. Se trataba de tener una noción muy vaga de un tema u opinión no formada del todo y formar dicha opinión al vuelo, en el mismo proceso de juntar letras, a lo bestia. Ahora parece que desde la noble atalaya de mi doctorando en Arte y Humanidades, preparando ponencias de alta altura en prestigiosos centros del saber internacionales que ignoran que soy un auténtico iletrado, formado a base de resabios y formulas intelectuales, me da más reparo la práctica de la opinología y el argumento ad hominem (como si la academia no operase más o menos igual). En cualquier caso, CHOCAO era un blog afincado en el flow de Berlín que en su traslado a Canarias se aplatanó, quizás, felicísimamente. Quién sabe lo que ocurrirá con él. Pero hoy nos convoca otra cosa.

Lena Dunham estuvo en Canarias, visitando Tenerife, y se aburrió. Le dieron de comer, la pasearon y le enseñaron cosas bonitas pero a la tía se la reflanflinfló todo bastante. No le pareció horrible, no le resultó traumática la visita pero tampoco la disfrutó; simplemente no vio nada especial en nosotros. 

La idea que más atormenta al canario es, desde mi punto de vista, la negación de su diferencialidad. Que su tierra sea un lugar insípido, ni bueno ni malo, ni feo ni bonito, ni románticamente sublime ni lujosamente cosmopolita, sino una comunidad autónoma de provincias standard de un estado español moderno y globalizado, con buen clima y sus tres cositas que ver -sin que falten las tiendas y centros comerciales de rigor- es algo que amula y embajona muy fuertemente el alma del buen canario. En este sentido, si te gustó el gofio escaldado, el buen canario se alegrará. Si te sentó mal, el buen canario dirá con orgullosa satisfacción que tú, foráneo, no estás preparado para tal entullo (después de lo cual, solícito, te preparará un agüita) Lo que no podrá encajar el buen canario es que te comas el gofio y, con cara de compromiso, digas: "Yes, well... it's ok." 

En estas tierras, las agendas de la diferencialidad se plantean desde diversos registros intelectuales, ya sea desde la lectura del dasein heideggeriano o en las fundamentaciones de la Atlanticidad o Tricontinentalidad del archipiélago (cosas éstas abstrusas, y material principal de mi tesis doctoral) hasta los anuncios de refrescos y cervezas, que saben explotar lo nuestro para sacar perritas para lo suyo. En efecto, lo nuestro, como habitualmente denominamos a la diferencialidad, cubre un amplio registro ideológico que pasa desde los tópicos del humor regional subnormalizante de la Televisión Canaria a los esforzados intentos de algunos investigadores por hablar en un correcto amazigh de "acento canario neutro". Que uno sea igual que un murciano o un gironense o, ¡peor!, que un urbanita de Casablanca es, en primer lugar, una terrible falta a la dignidad del sentimiento de pertenencia local y, en segundo lugar, un error de enfoque garrafal en el planteamiento de la historia "universal". 

Todas estas cosas tan bonitas y con tantos vericuetos que proceden, lo crean o no, de la pérdida de Cuba y Filipinas y el derrumbe definitivo del Imperio Español (que generaron la pugna dialéctica entre las opciones del nacionalismo y el regionalismo, y que se extendió muy pronto por todo el país. Una dialéctica que se reprimiría después durante la dictadura franquista, con consecuencias desastrosas...) son probablemente el tema de conversación más recurrente entre mis amigos y conocidos, algunos - si me permiten la parodia- defensores de una identidad esencialista de timple en mano y otros, modernos de la posverdad hechizados por la coolería del ukelele. Sin embargo, son los que están en medio de estos dos tópicos, la gente que se considera más canaria que el gofio y que toca el ukelele, los que más me interesan; justamente ahí es en donde se juega, de verdad, el partido identitario. Como ejemplo, si han estado atentos al habla popular contemporánea sabrán que, les guste o no, quedan pocos años para que los chiquillos canarios de pura raza, raised and born in Las Rehoyas, adopten con total naturalidad el vosotros en sus conversaciones, por otra parte, salpicadas de las canariadas de rigor del momento. ¿Criollismo y/o globalización? No lo sé.

Volviendo a Lena Dunham: me importa un huevo que se haya divertido aquí o no y, al mismo tiempo, me parece fantástico que haya expresado su aburrimiento. En esta doble indiferencia mutua quizás haya visos de generar un modelo de comportamiento hacia "el de fuera" que se aparte de la clásica respuesta somatizada y automática del colonizado que, agradando al colonizador con el ofrecimiento de su identidad construida, completa su falta de autonomía personal, aquella que sí posee el sujeto inmerso en el relato etnocéntrico "natural" de una girl, bastante smart, con el dasein en los niuyores.

Pero yo no soy de Niuyor. Yo soy canario.

No soy capaz de pensar en otras coordenadas identitarias que no sean las canarias, incluso (o precisamente) después de "habérmelo mirado" viviendo una década en Berlín. ¿La canariedad es un sentimiento que se lleva por dentro y que nunca te abandona?. Eso afirman los voceros más toletes del Archipiélago y yo lo asumo de pleno pero con la sensación de que este sentimiento, en sus variantes más habituales y subnormales, me da fuertemente por el culo, motivo por el cual exijo formar parte de su construcción, una operación, un agenciamiento en perpetua transformación, más un "suma y sigue" cultural que un despojamiento esencialista de lo foráneo.   

Quizás la cosa pase, aunque sea doloroso, por ser estratégicos con nuestro ánimo diferencial. Como el samurai que sale a combatir sabiendo que ya está muerto, debemos, si consideramos inexorable el proceso de globalización/aldeanización canario, darle escaldón a Dunham sin decirle nada ni esperar nada de ella. Sobre todo porque determinadas articulaciones del concepto de escaldón de gofio (o de la canariedad, que es lo mismo), instrumentalizadas a partir de políticas concretas (hablando en plata, lo que los poderes fácticos le digan que diga a Coalición), quizás tengan éxito y finalmente nos colonicen por completo los turistas, como le ha pasado a los barceloneses de El Raval. 

No nos engañemos, Dunham es una turista, quizás con mala conciencia (por eso se aburre) pero una turista al fin y al cabo. Le importamos una mierda y ella a nosotros también. Eso está guay. Viva Dunham.  


domingo, 15 de noviembre de 2015

Su dolor no es el mismo que el nuestro

Hace años escribí por aquí un brevísimo artículo que versaba sobre la instrumentalización o recepción social de la muerte violenta. Comentaba el sonado caso del asesinato de Iván Robaina y de otra persona, Expedita Santana, que no tuvo en absoluto la misma cobertura mediática y consideración en esa fecha, a pesar de la crueldad con la que la mataron, por el simple hecho de haber sido yonki y puta.

Todos los que creen que rigen su conducta y opiniones por algún tipo de ética, acordarán conmigo que cualquier muerte violenta es igualmente detestable. Sin embargo, al mismo tiempo, muchos de ellos no dudan hoy en fundir la bandera francesa con su cara, en señal de apoyo a las víctimas de los recientes atentados en París, sin que eso mismo se les pasase por la cabeza cuando el integrismo islámico masacró a 147 estudiantes en Kenia o asesinase en Nigeria a cerca de dos mil personas (entre otra serie infinita de barbaridades relacionadas, que se han sucedido y se suceden, en África) mientras los ojos de Europa miraban a la redacción de Charlie Hebdo, tocapelotas de profesión que - como Jesucristo antes de ser juzgado- sabían muy bien a lo que se exponían. 

Soy consciente de lo espinoso que es señalar esta cuestión porque se apela a la legitimidad moral de los sentimientos personales, en el más importante asunto del que nos podamos ocupar: la vida humana. Y es que parece que nos enmiendan la plana en lo más intimo de nuestro ser, nos ensucian lo más noble y sensible. En el momento más inoportuno, frágil y doliente, ha aparecido el gilipollas de Pepito Grillo a decirnos: "Eres un hipócrita: mira cómo te sale la lagrimita ahora y cómo cuando se cargan a miles de africanos- literalmente- por el mismo motivo te importa bastante poco. Pobres negros, pensamos, pero bueno, qué sabemos nosotros, ¿qué se puede hacer? En fin, hay que aferrarse a la vida, life goes on, etc." Sin embargo, cuando la sangre corre en Francia o en España, al día siguiente todos nos convertimos en serios expertos en yihadismo, prestos a solucionar las cosas, para que este sea el último episodio de tan cruenta historia.       

Es duro reconocer que en el sagrado jardín de nuestros sentimientos hay más cagajones de los que pensábamos. Qué bellas las palabras de la Secretaría General de la ONU o el Papa cuando condenan sin ambages toda clase de violencia, cuando nos recuerdan "no matarás"... un poco vagas esas palabras, quizás, un poco abstractas, pero bellas y nobles, al fin y al cabo. Y qué porquería cuando solo se nos despierta el sentimiento y la razón con la violencia en nuestras puertas, cuando el AK-47 nos apunta. Es horrible pensar así, argüimos, pero al menos podemos aprehender algo, ser concretos, lanzarnos a analizar la situación para ponerle freno. 

De alguna manera, se nos apela así al ámbito de "nuestra cultura", al sentimiento de comunidad, a una sensibilidad compartida. Los civiles inocentes franceses serían "más de nuestra cultura" que los irakíes, aunque estos mueran como moscas sin que Francia deje de tener cierta responsabilidad en ello. Yo, sin embargo, pienso que quizás hoy sería prudente no ponerse por careto (y menos si lo sugiere una empresa yanqui) la banderita del Estado francés. No estaría de más acordarse de las tremendas barrabasadas que dicho estado (y no el común de sus ciudadanos... el lema es certero: "sus guerras, nuestras víctimas") ha perpetrado en África durante la historia contemporánea, de la misma manera que hace meses pensé que yo no era Charlie. A Charlie lo mataron y lo siento mucho. Pero yo no soy Charlie.  

Abramos ahora más el campo visual y pensemos en Lampedusa, en los más de tres mil muertos estimados que ha dejado el intento por alcanzar las costas canarias, o en la bien conocida injusticia en Palestina o el Sahara, o en la no tan bien conocida injusticia en Sudán o Zimbabue, o en el asesinato de Saray por un friki de los videojuegos y el "más normal" asesinato de un joven a manos de otro en el sur de Gran Canaria tras una pelea en una gasolinera, total, asuntos de mataos, que se las arreglen entre ellos...  la instrumentalización del dolor está servida. 

¿Qué hacer, qué sentir, más bien, cuando no podemos llorar de la misma manera una muerte, cuando, efectivamente, en nuestros corazones Kenia o Nigeria queden demasiado lejos y sus muertos no equivalgan a los nuestros, cuando Saray fuese "más inocente" que el otro laja que se llevó un golpe por meterse con quien no debía, cuando Iván Robaina fuese portada de los periódicos por culpa de la patada de un descerebrado y Expedita, violada, torturada y arrojada al mar, no diese ni para un cuarto de página por ser puta y yonki? 

Ustedes sabrán. Este asunto supera cualquier exposición que yo pueda argumentarles aquí. No tengo la altura moral para ello ni las capacidades de juicio.  En el caso de los últimos atentados creo (a modo personal y sin ganas de universalizar mi opinión) que, precisamente, por el respeto al dolor de los franceses asesinados podríamos de ahora en adelante estar más atentos a las víctimas africanas, tratando de conocer qué les arrebató la vida, en un sentido amplio, investigando las causas últimas de todos estos desatinos - el Trío de las Azores y la guerra en Oriente Medio, el papel de Arabia Saudí en la conformación de ISIS, el imparable negocio del complejo industrial- militar norteamericano y su interés por mantener "zonas de desgobierno" en el planeta, la capacidad del Estado Islámico de darle algo a pueblos que no tienen nada, etc.) actividad intelectual que, por desgracia, quizás tenga más que ver con la (fría) racionalidad que con el sentimiento. O no. Porque lo cierto es que la banderita de Francia en el Facebook me toca los cojones, cosa fina. 

Para endulzar, les dejo con una canción, con letra de La Rochefoucauld- más francés que la baguette- y que trata el tema de la afectación e hipocresía sentimentales. No me la tengan en cuenta.     


sábado, 23 de mayo de 2015

Viaje alucinante a la mente de un pepero

Ustedes, amigos y amigas, que visitan esta apartada esquinita bloguera regularmente o acaban de llegar a ella y que, contando con el eventual aterrizaje de algún marciano derechosillo, se consideran progresistas (en el ancho espectro de la palabra), recordarán cuál fue la respuesta electoral que el 15-M obtuvo hace cuatro años: una auténtica patada en las partes pudendas, sí, amigos y amigas; en sus cojones. El Partido Popular sacó una mayoría aplastante en el país y ganó holgadamente en la ciudad de Las Palmas. Mañana hay elecciones municipales y probablemente el recuerdo de la tremenda desilusión les acojone o acongoje. En Madrid, a lo mejor, Manuela Carmena, alguien cabal y decente, pierda ante la hija de la requeteputísima madre de Aguirre, bicho malvado a ojos de cualquiera, ruin universal. El desierto crece. Entonces uno piensa, en este orden: ¿qué ha pasado? ¿quién les ha votado? ¿quiénes son los peperos? y finalmente, ¿qué quieren, qué piensan, qué desean en su fuero interno los peperos? 

¡Acompáñenme en este alucinante viaje a la mente de un pepero!

El Partido Popular se considera a sí mismo un partido de centroderecha de ideología liberal o neoliberal. Según David Harvey (1) serían más bien lo segundo, porque la diferencia básica entre un liberal y un neoliberal es que el primero se arriesga a asumir los costes de sus políticas económicas y el segundo subsana sus "errores" (como se ha comprobado muchas veces, calculadas maniobras financieras para que los de arriba cobren más) rescatando bancos y exprimiendo a la ciudadanía. Así, aunque el sufijo neo parezca otorgarle un aire de triunfador evolutivo al neoliberal, lo cierto es que resulta una versión más primitiva de su predecesor pues necesita de más Estado, el encargado de arreglarle los supuestos destrozos a la famosa "mano invisible", más ciega que invisible.

Un pepero, fino y sincero, debería pensar así:

"Desde Hobbes sabemos que el hombre es un lobo para el hombre y que necesita de un aparato coercitivo que regule su excesiva libertad. En una sociedad contemporánea democrática, y frente a la respuesta totalitaria que termina siendo tan o más brutal que el propio estado de naturaleza, ese aparato coercitivo es el mercado capitalista. El mercado capitalista es una instancia de mediación que transforma dicha coerción en una progresiva y suave regulación de todas las relaciones humanas, la manera menos violenta de canalizar la ley natural de la evolución social. Comerciando y compitiendo en el mercado, dejamos de matarnos. Los que mejor preparados están crean una riqueza de la que finalmente terminan beneficiándose los que peor se adaptan. Por ello, cuanto más pueda ensancharse el mercado, cuanto más capital pueda acumularse, mejor vivirá el conjunto de la sociedad, incluidos los que menos pueden (o quieren) aportar. En este contexto, el papel del Estado debe limitarse a hacer cumplir en todo momento esa libertad sublimada o mejorada que es la libertad de mercado, pues la libertad "a secas" es simple brutalidad. Desde luego, la reducción total de la violencia inherente al ser humano es imposible de lograrse, pero pensar que todos somos iguales y merecemos lo mismo es injusto porque hay algunas personas que trabajan y hacen más por el conjunto social que otras"    

Nuevamente nos preguntamos, ¿es eso realmente lo que piensa un pepero, papeleta en mano? ¿O más bien esto otro?

"Yo tengo mis ideas muy claras y nadie me las va a cambiar: soy español y orgulloso, y voy a defenderme hasta la muerte de quien venga a joderme a mí y a mi país, un país grande, con muchos, muchos cojones. Tenemos un gobierno de maricones, pero es el único medianamente decente que hay: o gana el PP o nos comen los progres, los moros, los machupichu, los catalanes y los vascos. ¡Pena del muerte a ETA y también a esos, perroflautas asquerosos, los de Podemos! ¡Viva España, me cago en Dios! ¡¡Viva España!!"

Aunque, según en qué medio nos movamos, podamos reconocer estas dos voces, cierto es que no representan al común de los votantes del Partido Popular, siendo la primera una ficción de ideólogo de think tank conservador y la segunda, pues eso, un españolito cazurro típico, con sus mundialmente famosos cojones. ¿Qué piensa entonces un pepero medio, la masa de votantes que hace realidad nuestras pesadillas, y que, atendiendo a los abultados números, nos rodea? ¡Míralos! ¡Ahí están! El pibe ese corriendo por la Avenida de Las Canteras, la pureta con mechas del Servicio de Atención al Cliente en la tienda de móviles, esas dos amigas paseando con las bolsas de El Corte Inglés, el hombre aquel tomándose un güisqui en una terraza, etc., ¿podemos preguntarles por qué lo hacen y qué quieren?

Aquí nuestro viaje se hace tortuoso y oscuro. Podríamos pasar mucho tiempo argumentando contra el ideólogo neoliberal (2), manejando autores y datos históricos, o rompiéndonos la mamona con la bestia facha y sus muchos cojones, pero parece sumamente difícil indagar en los deseos del votante medio. ¿Y por qué nos cuesta tanto? Porque entraríamos a debatir en el territorio de su medio conocimiento o media educación política (la halbbildung de Th. W. Adorno), los argumentos que nos mastican los formadores de opinión en los medios de comunicación de masas y las consignas estúpidas que los partidos políticos nos gritan en función de sus diversos intereses. El votante medio, y en particular el de la derecha,  tiene un fabuloso megamix de movidas raras en la cabeza por el cual es difícil abrirse paso a razonar. ¡Pero un momento, por favor!, ¡mucho cuidadito! 

Me resulta bastante irritante la solemne postura del pretendido sabedor que no desea enfrascarse en esta banalización del discurso del Poder- nuestra democracia espectacular- y que se abstiene de opinar en el foro público por la falta de nivel discursivo de los votantes y los representantes políticos. Y es cierto: amigas y amigos, los votantes, ustedes y yo, y los representantes políticos en su mayoría, somos todos unos troncos de col de gran categoría. Adquirir una visión amplia de lo que se cuece en una democracia, en cómo se articula todo este cotarro que nos maneja (y que también podemos manejar, ¡por supuesto que sí!), requiere de altísimos conocimientos de práctica y teoría política. Pero la democracia no es cosa de expertos sino cosa del pueblo. Así que si nos tenemos que quitar el sombrero para escuchar megamixes ideológicos insostenibles como el del votante medio del PP, o de cualquier otro partido político, eso haremos. Nuestra democracia sigue siendo un barrizal asqueroso en donde lucha gente decente (en permanente contradicción con muchas cosas) y en donde también viven ratas que se sienten cómodas en la hez, deseando el Mal, como Aguirre. 

¿Que piensa, finalmente, entonces el votante standard del Partido Popular, ese pepero medio que nos gana las elecciones? ¿Cómo es, en efecto, el megamix que tiene en la cabeza? Aquí siento defraudarles, pero no sabría decirles. Además, ustedes ya leen los periódicos: que si la confianza de los mercados, que si hay que ser serios y cumplir con Europa, que si la Marca España, que si somos un gran país en riesgo de desintegrarse, que el progresismo es ineficiente y el paro está en su ADN, que si triunfase el experimento venezolano los inversores huirían, que la corrupción es normal en cualquier partido en el poder porque los españoles somos así, que hay que reforzar las fronteras porque los extranjeros acabarían con nuestra cultura, etc. 

Disculpen que nos hayamos dado la vuelta de regreso en este alucinante viaje, casi llegando al final. Supongo que para poder asomarse al contenido real de los deseos de sociedad de cualquier persona (dicho sin tanto refinamiento, a su opinión política), sea ésta una alta institución de la intelectualidad o un analfabeto, lo que habría que calibrar es su grado de honestidad y su grado de miedo y, más tarde- si queremos ejercer alguna influencia- tratar de poner la honestidad ante el miedo, el peor de nuestros miedos, el que todos sufrimos: el miedo a nosotros mismos.

pd. ¡Suerte mañana, y que salga Groucho a la presidencia, Cantinflas al Cabildo y Pedro Reyes al Ayuntamiento (incluso si hay que pactar con Epi y Blas), antes que estos ppatanes!   

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(1) Dice Harvey que el neoliberalismo es la forma moderna del liberalismo en la fase globalizada y transnacional: "la práctica liberal y la neoliberal (...)  bajo la primera, los prestamistas asumen las pérdidas que se derivan de decisiones de inversión equivocadas mientras que, en la segunda, los prestatarios son obligados por poderes internacionales y por potencias estatales a asumir el coste del reembolso de la deuda sin importar las consecuencias que ésto pueda tener para el sustento y el bienestar de la población local. Si ésto exige la entrega de activos a precio de saldo a compañías extranjeras, que así sea" Harvey, David. "Breve Historia del Neoliberalismo". Akal. (El presentador de la sinopsis videográfica o spot publicitario del libro en la página de la editorial les sorprenderá) 

(2) "No puedo convencer a nadie mediante argumentos filosóficos de que el régimen de derechos neoliberal es injusto. Pero la objeción al mismo es bastante sencilla: aceptarlo es aceptar que no hay más alternativa que vivir bajo un régimen de incesante acumulación de capital y crecimiento económico en el que no importan sus consecuencias sociales, ecológicas o políticas". Op. cit. 

domingo, 22 de marzo de 2015

De las cosas de las que no quiero acordarme, lo mejor no es callarse.

Leo veinticinco mil veces, y por muchos canales de comunicación diferentes, la noticia de que un conocido museo- de cuyo nombre no quiero acordarme- primero censura una polémica obra de arte y después, tras mucho jaleo y blablablá, la expone. Con cierta laxitud y hastío, pienso apesadumbrado: "cuán profundamente me la come este debate: otra vez, una vez más el espectáculo amarillo de la censura y el deseo subrepticio de que ésta aparezca, que no responde a ninguna reivindicación de fondo de artista o institución alguna- la cuestión de la monarquía- asunto que queda relegado a un segundo o tercer plano tras los fuegos de artificio mediáticos. Otro jueguecito circense institucional del mandarinato cultural. Otra pirueta simpática de la casta del arte. Siempre hay un episodio así, normalmente durante la feria de arte esa, de cuyo nombre no quiero acordarme, más lo que pueda apañarse en el resto del año".  

A nadie le pasa desapercibido que una de las funciones del arte contemporáneo es la de "provocar", "agitar conciencias" o "sembrar la polémica". Podría decirse que en nuestros días esa es prácticamente su única función. Pongo la cursiva pues parece que solo así el arte sale, en la práctica, de sus místicos vapores, juegos de espejos y galimatías representacionales para tocar la realidad social más mundana; se ponen denuncias, se pagan multas, se alzan las voces, se sale en los periódicos, se exigen responsabilidades, se teme a la reacción fascista. Lo más lamentable es que el truco del escándalo, a pesar de ser tan antiguo como el propio arte contemporáneo, que es un arte ya viejo (pues algo viejo puede ser perfectamente contemporáneo), siempre nos sorprende con su mucha frescura, es sonada noticia en los periódicos generalistas en donde el arte, por lo común, apenas ocupa espacio, portada de los suplementos culturales, cosa viral, trending topic o lo que sea, pasados ya ciento cincuenta años del escándalo de la "Olympia" de Manet, y noventa y ocho de la retirada de exposición de la "Fuente" de Duchamp, precursores de los actuales jueguecillos con tufo a disputa de curitas en la sacristía, en donde se marean con levedad los valores intocables de la democracia, la defensa de la libertad de expresión, etc.  

En efecto, en lo que se refiere al juego del escándalo en las artes, hay ya una larga y sofisticada tradición. No hay nada fresco ni naiv en quien se pone a ello, y sí mucha estrategia y planificación de las consecuencias. La moraleja es que si sabes "dar cañita", si te censuran, si levantas la polémica... felicidades, chaval; comienza tu vida profesional.

Cuando yo era un primavera lamentable, un niño bueno que hacía lo que había que hacer para ser un digno profesional de las artes e iba (encima, ¡de visita!) a aquella feria de los horrores en Madrid llena de pijales y aspirantes a pijales- y de cuyo nombre no quiero acordarme- podía ver cómo algunos colegas de profesión procuraban, cada año con más fuerza y sofisticación, dar el do de pecho del escándalo. Tras reiteradas intentonas tratando de epatar a la burguesía, buscando agitar conciencias, echando mano de los asuntos sensibles del momento, algunos lo consiguieron, sufrieron el acoso y derribo por parte de las fuerzas del Mal (una inversión más o menos medida o riesgo que asumir, como en cualquier negociete; las posibles demandas de los fachas, el ninguneo de algunos mandamases timoratos, un par de amenazas, quizás alguna troglodítica hostia, etc.) para más tarde cubrirse de poca o mucha gloria. Si se es censurado y se es capaz de canalizar las energías de este momento de choque, el prestigio del artista sube como la espuma. En el caso del museo del que no quiero acordarme, el alza del prestigio ha sido doble, pues tanto el artista y sus compis de expo como el director de la institución, que ha sido tan sumamente cool como para rectificar, ahora son el punto de mira y tema de conversación de toda la comunidad; gin tonic en mano, business as usual.

De alguna manera, aunque mi perfil profesional sea, gracias a Dios, lamentable, todavía considero que pertenezco a la comunidad artística, pues me mantengo al loro de sus dimes y diretes, y reivindico el derecho a no querer hablar de toda esta porquería cuchifrita, a este debate que se cocina en microondas, a no tomar este asunto como tema de conversación importante, a pesar de que para poder declararlo públicamente tenga que escribirlo en mi mierda de blog que no leen, también gracias a Dios, ni cuatro gatos.

Reivindico mi derecho a despreciar estos shows subnormales y también a defender otros modelos de disenso, conciencia crítica y formas de discusión que no se articulen siempre desde el quehacer casposo del artista enfant terrible, ya calvo, adinerado y seboso, un modelo esclerotizado, hipócrita y manierista, que abandona el tema que trata toda vez que ha conseguido shockar al espectador con sus machangadas, objetivo primordial. El nuevo escandalito, por razonable, vengador, justiciero o ético que parezca acaba quedándose la mayoría de las veces en un mero reclamo publicitario que no tiene más fin que la autopromoción personal.

Con todo, a mí también me va de vez en cuando el rollito. Pinté a Soria en su perversidad grisácea (creo que es uno de mis mejores cuadros y algún día lo destruiré públicamente), retraté a empresarios canarios del pelotazo celebrando sus fechorías, fui censurado por los colegas rojeras de La Tuerka a los que no les gustó mi video salsero, demasiado godos como para poder disfrutarlo, he escrito relatos de ficción clasistas, machistas, homófobos y ultraviolentos, sumamente epatantes, junto a alguna otra cosa en este estilo que ahora se me escapa.   

Pienso en Pasolini, pienso en algunos artistas que también han sido y son polemistas. ¿Puede aún polemizarse o provocarse sin perderse de vista los asuntos de los que trata una obra, sin poner el foco exclusivamente en las consecuencias alimenticio-profesionales y la recreación jovial en los saraos mediáticos adjuntos, sin que las reivindicaciones se conviertan en un jueguecito mandarín que solo compete a los del ramo, mientras la enseñanza de las artes en los colegios se va a pique, mientras seguimos viviendo a costa de la clase adinerada? Ahora que todo ha salido de perlas en el museo del que no queremos acordarnos, ¿qué pasa con la Casa Real? ¿Nos cagamos todavía en la Casa Real, seguimos obsesos con derribar la Casa Real, o nos vamos de pinchos con el valiente director de museo que, como el sabio, rectificó en aras de la libertad de expresión? ¡Viva la libertad de expresión!, ¡es la fiesta de la democracia! je suis Charlie, qué bien, qué bonito... y la Casa Real ¿qué?

ME CAGO EN LA PUTA MADRE DE LA CASA REAL. A VER CUÁNDO MONTAMOS LA GUILLOTINA Y EMPIEZAN A RODAR LAS CABEZAS. 

Decía Gianni Vattimo, que es cristiano, que no había que sentir ninguna pena por la Crucifixión de Jesús porque fue un acto absolutamente premeditado. Él sabía que enfurecía a los judíos y que estos terminarían por matarlo. Como Sócrates, bebió la cicuta de un sistema injusto. Si nos da por meternos incisivamente con el Islam, no debería sorprendernos, conociendo bien cómo están las cosas, que un día nos balaceen. La realidad puede ser severamente brutal, irracional e injusta. Y el primero que lo sabe es el "martir". Por suerte este es un blog con muy pocas visitas y mi cuello está a salvo de las demandas de El Pardo (y del éxito)... no sé... eso espero... Amén.

domingo, 14 de diciembre de 2014

¿Qué tal?


Hola, ¿cómo les va? Yo estoy bien, aquí. Tranquilo.

Hace mucho tiempo que no escribo en el blog, y me da un poco de pena su estado de semiabandono. En alguna ocasión se me han ocurrido temas sobre los que sentar opinología, pero finalmente ha vencido la pereza. Quizás haya sido culpa de la música, que me ha tenido absorto casi un año, en especial en los últimos tiempos, inmovilizándome la verborrea. 

Sold out

Como los artistas de postín (esos personajes oscuros que nos encontramos de cuando en cuando, y de los que no solemos volver a tener noticia, gentes misteriosas y especiales que nos aseguran que pintan, escriben, componen, actúan, etc.) a mí me ha dado ahora por la música, después de haberle metido a la pintura y la escritura.

De esa nueva pasión diletante han surgido dos discos que ya están colgados en mi bandcamp (pueden descargarlos poniendo 0€ cuando salga la opción de pagar. También pueden pagar, pero si lo hacen paguen mucho, porque si no, menuda mierda ¿no? – “tienes 1,5 euros en tu cuenta”) Son dos discos aberrantes, totalmente geniales, demasiado buenos para esta época y por esa razón muy malos, impertinentes.

Me he dado muchísimo gusto haciéndolos, como cada vez que me meto en algo en lo que no tengo ni idea a sacar un producto trabajoso y gratuito, destinado (en principio) al fracaso. Que luego las cosas tomen rumbo propio y Emilio Estefan me cubra de dólares, me den el Nóbel de literatura o se edifique mi museo- fundación en Las Palmas cuando triunfe Podemos no quitará jamás que lo que más me gusta es hacer las cosas por la cara; hacerlas y hacerlas visibles al resto, para que las disfruten, las denosten o las ignoren.

Asesinando a gusto

Ahora me ha dado por pescar, y aunque eso no se considere una de las Bellas Artes, tiene su cosa. Además, se puede vivir de ello, en el sentido más literal (te comes los pescaos) Pesco porque como algunos saben estoy viviendo hasta abril en Marazul, una urbanización privada cerca de Playa San Juan, en Tenerife, trabajando como asistente del famoso pintor austríaco Arnulf Rainer. Ya contaré más cosas de esto, porque habrá que contar, cuando llegue el momento.

Volveremos a Berlín en mayo, y más tarde regresaremos a Canarias para estar un año viviendo en Las Palmas. Un año o quién sabe si más. Habrá que tomarle con savoir faire la temperatura a la isla- en la que no he vivido durante largos periodos desde el año 98- porque si bien es cierto que estoy bastante hasta los cojones de Berlín y sus modernitos, aún no voy a cortar lazos con la ciudad, y seguiré manteniendo mi piso de Prenzlauer Berg por si las moscas.

Más cosas. ¿Podemos?

De compadreo en Unter den Linden

O sea… de modo que me he pasado cerca de siete años hablando de las más diversas rojeces y progresías en este blog ¿y resulta que, en el momento de la verdad, en el tiempo clave en el que surge un partido político progresista con vocación de mayorías en España (milagro de Dios) no digo nada? Así ha sido, y por desgracia, ahora mismo tendría demasiado que decir. Quizás la próxima vez.

Y ustedes ¿qué tal?